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1 de octubre de 2011

Discurso de Barack Obama en Naciones Unidas

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Transcripción completa
del discurso de Obama en la Asamblea General
El Presidente de EE.UU. se dirige a los líderes mundiales en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
21/09/11
Sr. Presidente,
Sr. Secretario General,
Señores delegados,
Señoras y Señores:
Es, para mí, un gran honor estar hoy aquí. Me gustaría hablarles sobre un tema que está en el corazón de las Naciones Unidas: la búsqueda de la paz en un mundo imperfecto. Guerras y conflictos estuvieron, con nosotros, desde el comienzo de las civilizaciones. Pero, en la primera parte del siglo XX, el progreso del armamento moderno condujo a la muerte en una escala asombrosa. Fue esta matanza la que obligó, a los fundadores de este organismo, a construir una institución que no sólo se centró en poner fin a una guerra sino en evitar otras; una unión de estados soberanos que buscarían impedir conflictos, al mismo tiempo que trataría sus causas.
Ningún estadounidense hizo más para lograr ese objetivo que el presidente Franklin Roosevelt. Sabía que una victoria en la guerra no era suficiente. Como dijo en una de las primeras reuniones de la fundación de Naciones Unidas, "Tenemos que hacer, no sólo la paz, sino una paz duradera". Los hombres y mujeres que construyeron esta institución entendieron que, la paz, es más que, simplemente, la ausencia de guerra. Una paz duradera - para las naciones y los individuos - depende del sentido de justicia y oportunidades, de dignidad y libertad; depende de la lucha y el sacrificio, del compromiso y de un sentido de común humanidad.
Una delegada a la Conferencia de San Francisco, que llevó a la creación de Naciones Unidas, lo dijo bien: "Mucha gente", dijo, "habló como si todo lo que hay que hacer para lograr la paz es proclamar, en voz alta y frecuentemente, que amamos la paz y odiamos la guerra. Ahora aprendimos que no importa lo mucho que amemos la paz y odiemos la guerra: no podemos evitar que – si hay convulsiones en otras partes del mundo - la guerra venga sobre nosotros".
El hecho es que, la paz, es difícil. Pero nuestros pueblos la demandan. Durante casi siete décadas, aún cuando Naciones Unidas ayudaron a evitar una tercera guerra mundial, vivimos en un mundo marcado por el conflicto y plagado por la pobreza. Aunque proclamamos nuestro amor por la paz y nuestro odio por la guerra, todavía hay convulsiones en nuestro mundo que nos ponen, a todos, en peligro.
Asumí el cargo en un momento de dos guerras de Estados Unidos. Además, los extremistas violentos que, en primer lugar, nos llevaron a la guerra - Osama bin Laden y su organización al Qaeda - se mantuvieron. Hoy, establecimos una nueva dirección. A fines de este año, la operación militar de Estados Unidos en Irak habrá terminado. Tendremos una relación normal con una nación soberana, miembro de la comunidad de naciones. Esa asociación de igualdad se verá reforzada por nuestro apoyo a Irak; a su gobierno y a sus fuerzas de seguridad, a su pueblo y a sus aspiraciones. Cuando terminemos la guerra en Irak, Estados Unidos y nuestros socios de coalición habrán iniciado la transición en Afganistán. Entre ahora y 2014, un gobierno afgano y fuerzas de seguridad cada vez más capaces pasarán al frente para asumir la responsabilidad por el futuro de su país. Cuando lo hagan, reduciremos nuestras propias fuerzas, al mismo tiempo que construiremos una asociación duradera con el pueblo afgano. Así que no quepa ninguna duda: la marea de la guerra está bajando. Cuando asumí el cargo, alrededor de 180.000 estadounidenses servían en Irak y Afganistán. A finales de este año, se reducirá a la mitad y seguirá disminuyendo. Esto es fundamental para la soberanía de Irak y Afganistán. También lo es para la fortaleza de Estados Unidos a medida que, en casa, construimos nuestra nación.
Por otra parte, estamos en condiciones de poner fin a estas guerras desde una posición de fuerza. Hace diez años se produjo una herida abierta y aceros retorcidos, un corazón roto en el centro de esta ciudad. Hoy en día, una nueva torre se eleva en Ground Zero, símbolo de la renovación de Nueva York, y también al-Qaeda está bajo más presión que nunca. Su liderazgo se degradó. Y Osama bin Laden, un hombre que asesinó a miles de personas de decenas de países, nunca más pondrá en peligro la paz del mundo. Así que, sí! ésta fue una década difícil. Pero, hoy, nos encontramos en una encrucijada de la historia, con la oportunidad de avanzar, decididamente, en la dirección de la paz. Para hacerlo, debemos volver a la sabiduría de aquellos que crearon esta institución. La Carta Fundacional de las Naciones Unidas nos hace un llamamiento "a unir nuestras fuerzas para mantener la paz y la seguridad internacionales". Y el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de esta Asamblea General nos recuerda que "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos". Esas creencias fundamentales - en la responsabilidad de los estados, y en los derechos de hombres y mujeres - deben ser nuestra guía. Y, en ese esfuerzo, tenemos razones para la esperanza. Este año fue un momento de extraordinaria transformación. Más países se ofrecieron para mantener la paz y la seguridad internacionales. Y más personas reclaman su derecho universal a vivir en libertad y dignidad.
Piensen sobre esto: hace un año, cuando nos reunimos, aquí, en Nueva York, la perspectiva de un exitoso referéndum en el sur de Sudán estaba en duda. Pero la comunidad internacional superó viejas divisiones para apoyar el acuerdo, que se negoció para dar, al sur de Sudán, la autodeterminación. Y el verano pasado, cuando una nueva bandera se izó en Juba, los ex soldados depusieron sus armas, hombres y mujeres lloraron de alegría, y los niños conocieron la promesa de mirar hacia un futuro que ellos darían forma.
Hace un año, el pueblo de Costa de Marfil se acercó a una elección histórica. Y, cuando el titular del poder perdió y se negó a respetar los resultados, el mundo se negó a mirar hacia otro lado. Las fuerzas de paz de la ONU fueron acosadas pero no abandonaron sus puestos. El Consejo de Seguridad, encabezado por Estados Unidos, Nigeria y Francia, se unió para apoyar la voluntad del pueblo. Y, Costa de Marfil, está, hoy, gobernada por el hombre elegido para dirigirlo.
Hace un año, las esperanzas del pueblo de Túnez fueron suprimidas. Pero optó por la dignidad de la protesta pacífica contra el imperio de puño de hierro. Un vendedor encendió una chispa, que le costó su propia vida, pero que inflamó un movimiento. Frente a la represión, los estudiantes deletrearon la palabra "libertad". El equilibrio del miedo pasó del gobernante a los gobernados. Y, ahora, el pueblo de Túnez se está preparando para las elecciones que los llevará un paso más cerca de la democracia que se merecen.
Hace un año, Egipto había tenido un presidente durante casi 30 años. Pero, durante 18 días, los ojos del mundo estuvieron pegados a la plaza Tahrir, donde egipcios de todo tipo - hombres y mujeres, jóvenes y viejos, musulmanes y cristianos - exigían sus derechos universales. Vimos, en esos manifestantes, la fuerza moral de la no-violencia, que iluminó al mundo desde Delhi hasta Varsovia, desde Selma hasta Sudáfrica - y sabíamos que el cambio había llegado a Egipto y al mundo árabe.
Hace un año, el pueblo de Libia estaba gobernado por el dictador de más duración en el mundo. Pero, frente a las balas, las bombas y un tirano que amenazaba con cazarlos como ratas, mostraron implacable valentía. Nunca olvidaremos las palabras de los libios que se pusieron, de pie en esos primeros días de la revolución. Dijeron: "Nuestras palabras son libres ahora". Es un sentimiento que no se puede explicar. Día tras día, frente a las balas y las bombas, el pueblo libio se negó a ceder esa libertad. Y cuando fueron amenazados por el tipo de atrocidad masiva que, a menudo, fue incuestionable en el último siglo, Naciones Unidas estuvieron a la altura de sus estatutos. El Consejo de Seguridad autorizó todas las medidas necesarias para evitar una masacre. La Liga Árabe llamó a este esfuerzo. Las naciones árabes se unieron a una coalición, liderada por la OTAN, que detuvo a las fuerzas de Gadafi en sus pistas. En los meses que siguieron, la voluntad de la coalición probó ser inquebrantable, y no podía negarse la energía del pueblo libio. Cuarenta y dos años de tiranía se terminaron en seis meses. Desde Trípoli hasta Misurata y Benghazi, Libia es, hoy, libre. Ayer, los líderes de una nueva Libia tomaron el lugar que les corresponde a nuestro lado y, esta semana, Estados Unidos está reabriendo nuestra embajada en Trípoli. Así es como la comunidad internacional debe trabajar: naciones puestas de pie, juntas, por el bien de la paz y la seguridad, y gente que reclama sus derechos. Ahora, todos tenemos la responsabilidad de apoyar a la nueva Libia; al nuevo gobierno libio que enfrenta el desafío de convertir, este momento de promesa, en una paz justa y duradera para todos los libios.
Así que fue un año extraordinario. El régimen de Gadafi terminó. Gbagbo, Ben Ali, Mubarak, ya no están en el poder. Osama bin Laden se fue y la idea que el cambio sólo puede obtenerse a través de la violencia quedó enterrada con él.
Algo está ocurriendo en nuestro mundo. La forma en que las cosas fueron, no es la forma en que serán. La humillante garra de la corrupción y la tiranía se mantiene abierta. Los dictadores están sobre aviso. La tecnología coloca poder en manos de la gente. Los jóvenes están dándole una poderosa reprimenda a la dictadura, rechazando la mentira que, algunas razas, algunos pueblos, algunas religiones, algunos grupos étnicos, no desean la democracia. La promesa escrita en el papel: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, está más a mano.
Pero recordémoslo: La paz es difícil. El progreso puede ser revertido.
La prosperidad llega lentamente.
Las sociedades pueden dividirse.
La medida de nuestro éxito debe ser que la gente pueda vivir en sostenidas libertad, dignidad y seguridad.
Y, Naciones Unidas y sus estados miembros, deben hacer su parte para apoyar esas aspiraciones básicas. Y tenemos más trabajo por hacer.
En Irán, vimos un gobierno que se niega a reconocer los derechos de su propio pueblo. Mientras nos reunimos hoy aquí, hombres, mujeres y niños, están siendo torturados, detenidos y asesinados por el régimen sirio. Miles fueron asesinados, muchos durante el sagrado período del Ramadán. Miles más se fueron a través de las fronteras de Siria. El pueblo sirio demostró dignidad y coraje en su búsqueda de justicia; protestando pacíficamente, de pie, silenciosos, en las calles, muriendo por los mismos valores que esta institución se supone que representa. Y la pregunta es clara: ¿Vamos a estar con el pueblo sirio, o con sus opresores? Estados Unidos ya impuso fuertes sanciones contra los líderes de Siria. Apoyamos la transferencia de poder que responda al pueblo sirio. Y muchos de nuestros aliados se unieron a este esfuerzo. Pero, por el bien de Siria - y de la paz y la seguridad del mundo - tenemos que hablar con una sola voz. No hay excusa para la inacción. Ahora es el momento para que, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sancione al régimen sirio y se coloque junto al pueblo sirio. A lo largo de la región, tendremos que responder a las demandas de cambio. En Yemen, hombres, mujeres y niños se reúnen todos los días, por millares, en las plazas de pueblos y ciudades con la esperanza de que su determinación y la sangre derramada prevalezcan sobre un sistema corrupto. Estados Unidos apoya esas aspiraciones. Debemos trabajar con los vecinos de Yemen y con nuestros socios en todo el mundo para buscar un camino que permita una transición pacífica del poder del presidente Saleh, y un movimiento hacia elecciones libres y justas, tan pronto como sea posible.
En Bahrein se tomaron medidas hacia la reforma y la responsabilidad. Estamos muy contentos pero se necesita más. Estados Unidos es un amigo cercano de Bahrein, y continuaremos llamando al gobierno y al principal bloque opositor - el Wifaq – a que mantengan un diálogo significativo que lleve a un cambio pacífico que responda a la gente. Creemos que el patriotismo, que une a los habitantes de Bahrein, debe ser más poderoso que las fuerzas sectarias que los separan. Será difícil, pero es posible.
Creemos que cada nación debe trazar su propio curso para cumplir con las aspiraciones de sus pueblos y, Estados Unidos, no espera estar de acuerdo con cada partido o persona que se expresa políticamente. Pero siempre vamos a luchar por los derechos universales, adoptados por esta Asamblea. Esos derechos dependen de elecciones, que sean libres y justas; de gobiernos, que sean transparentes y responsables; del respeto a los derechos de las mujeres y las minorías; de justicia, que sea equitativa y justa. Eso es lo que nuestros pueblos merecen. Esos son los elementos de la paz duradera.
Además, Estados Unidos seguirá apoyando a aquellas naciones que transitan hacia la democracia - con mayor comercio e inversión – de modo que, la libertad, sea seguida por la oportunidad. Buscaremos un compromiso más profundo con los gobiernos pero, también, con las sociedades civiles - estudiantes y empresarios, partidos políticos y prensa. Prohibimos que, quienes abusen de los derechos humanos, viajen a nuestro país. Y sancionamos a aquellos que pisotean los derechos humanos en el extranjero. Y serviremos, siempre, como la voz para aquellos que fueron silenciados.
Ahora sé, en particular esta semana, que, para muchos en esta sala, hay un tema que se presenta como una prueba de esos principios y una prueba para la política exterior estadounidense, y es el conflicto entre los israelíes y los palestinos. Hace un año, estuve en esta tribuna e hice un llamado a una Palestina independiente. Creía entonces, y lo creo ahora, que el pueblo palestino se merece un Estado propio. Pero lo que también dije es que una paz verdadera sólo puede realizarse entre los mismos israelíes y palestinos. Un año después, a pesar de los grandes esfuerzos de Estados Unidos y de otros, las partes no salvaron sus diferencias. Frente a ese estancamiento, presenté, en mayo de este año, una nueva base para las negociaciones. Esa base es clara. Es bien conocida por todos los que estamos aquí. Los israelíes deben saber que, cualquier acuerdo, les proveerá garantías para su seguridad. Los palestinos merecen saber la base territorial de su estado. Sé que muchos están frustrados por la falta de progreso. Les aseguro, yo también. Pero la pregunta no es qué objetivo buscamos. La pregunta es cómo podemos alcanzarlo. Y, estoy convencido que no hay atajo para el final de un conflicto que duró décadas.
La paz es un trabajo duro. La paz no vendrá a través de declaraciones y resoluciones de Naciones Unidas. Si fuera tan fácil, ya se hubiese logrado.
En última instancia, son los israelíes y los palestinos los que tienen que vivir uno al lado del otro.
En última instancia, son los israelíes y los palestinos - no nosotros – los que deben llegar a un acuerdo sobre las cuestiones que los dividen: fronteras y seguridad, sobre refugiados y Jerusalén.
En última instancia, la paz depende de un compromiso entre los pueblos que deben vivir juntos, mucho tiempo después de que nuestros discursos acaben, mucho después de que nuestros votos sean contados.
Esa es la lección de Irlanda del Norte, donde antiguos antagonistas salvaron sus diferencias.
Esa es la lección de Sudán, donde un acuerdo negociado condujo a un estado independiente.
Y ese es y será el camino hacia un estado palestino: negociaciones entre las partes.
Buscamos un futuro en el que los palestinos vivan en un estado soberano propio, sin límite a lo que puedan lograr. No hay duda que, los palestinos, vieron, durante demasiado tiempo, demorada esa visión. Es precisamente porque creemos, con tanta convicción, en las aspiraciones del pueblo palestino, que Estados Unidos invirtió tanto tiempo y tanto esfuerzo en la construcción de un estado palestino, y en las negociaciones que pueden llevar a un estado palestino.
Pero entiendan esto también: el compromiso de Estados Unidos para la seguridad de Israel es inquebrantable. Nuestra amistad con Israel es profunda y duradera. Y es así creemos que, cualquier paz duradera, debe reconocer las muy reales preocupaciones de seguridad que Israel enfrenta, todos y cada uno de los días. Seamos honestos con nosotros mismos: Israel está rodeado de vecinos que libraron repetidas guerras en su contra. Ciudadanos de Israel fueron asesinados por cohetes lanzados contra sus casas y por atentados suicidas contra sus autobuses. Los niños de Israel maduran sabiendo que, en toda la región, a otros niños se les enseña a odiarlos. Israel, un pequeño país de menos de ocho millones de personas, mira afuera hacia un mundo donde líderes de naciones más grandes amenazan con borrarlo del mapa. El pueblo judío lleva la carga de siglos de exilio y persecución, y los frescos recuerdos de saber que, seis millones de personas fueron asesinadas, solo por ser quienes eran. Esos son los hechos. No se pueden negar.
El pueblo judío forjó un exitoso estado en su patria histórica. Israel merece reconocimiento. Merece relaciones normales con sus vecinos. Y, amigos de los palestinos, no les hacen ningún favor ignorando esta verdad, del mismo modo que los amigos de Israel deben reconocer la necesidad de buscar una solución de dos estados, con un Israel seguro al lado de una Palestina independiente.
Esa es la verdad. Cada lado tiene aspiraciones legítimas y eso es parte de lo que hace tan difícil la paz. Y el punto muerto sólo se romperá cuando cada parte aprenda a estar en los zapatos del otro, cuando cada lado pueda ver el mundo a través de los ojos del otro. Eso es lo que debería ser alentador. Eso es lo que debe ser promovido.
Este cuerpo - fundado, como lo fue, de las cenizas de la guerra y el genocidio, dedicado, como lo está, a la dignidad de cada persona - debe reconocer la realidad que viven, tanto los palestinos como los israelíes. La medida de nuestras acciones debe ser, siempre, si promueven el derecho de los niños israelíes y palestinos de vivir una vida de paz, seguridad, dignidad y oportunidades. Y sólo tendremos éxito en ese esfuerzo si podemos alentar a las partes a sentarse, a escucharse y entender los temores y esperanzas del otro. Ese es el proyecto en el que Estados Unidos está comprometido. No hay atajos. Y eso es en lo que las Naciones Unidas deberían concentrarse en las semanas y meses por venir.
Ahora, incluso cuando nos enfrentamos a estos desafíos de conflicto y revolución, debemos reconocer – y recordarnos a nosotros mismos - que la paz no es solo la ausencia de guerra. La verdadera paz depende de la creación de la oportunidad por la que vale la pena vivir. Y para hacerlo, debemos enfrentar a los enemigos comunes de la humanidad: las armas nucleares y la pobreza, la ignorancia y la enfermedad. Estas fuerzas corroen la posibilidad de una paz duradera y juntos estamos llamados a enfrentarlas.
Para disipar el espectro de destrucción masiva, debemos unirnos para buscar la paz y seguridad de un mundo sin armas nucleares. En los últimos dos años, comenzamos a transitar por ese camino. Desde nuestra Cumbre de Seguridad Nuclear en Washington, cerca de 50 naciones tomaron medidas para asegurar que materiales nucleares no fuesen obtenidos por terroristas y contrabandistas. En marzo próximo, una cumbre en Seúl hará avanzar nuestros esfuerzos para bloquearlos a todos ellos. El nuevo Tratado START, entre Estados Unidos y Rusia, reducirá nuestros arsenales desplegados, al nivel más bajo en medio siglo y nuestras naciones están en o conversaciones sobre la manera de lograr reducciones aún más profundas. Estados Unidos continuará trabajando por la prohibición de los ensayos de armas nucleares y la producción del material fisionable necesario para fabricarlas.
Así empezamos a movernos en la dirección correcta. Y Estados Unidos está comprometido a cumplir con nuestras obligaciones. Pero, incluso mientras cumplimos con nuestras obligaciones, reforzamos los tratados e instituciones que ayudan a detener la proliferación de esas armas. Y para hacerlo, debemos continuar haciendo responsables a las naciones que las desprecian. El gobierno iraní no puede demostrar que su programa es pacífico. No cumplió con sus obligaciones y rechaza las ofertas que le proporcionarían energía nuclear pacífica. Corea del Norte aún no tomó medidas concretas para abandonar sus armas y continúa la acción beligerante contra el Sur. Hay un futuro de mayores oportunidades para las personas de esas naciones si sus gobiernos cumplen con sus obligaciones internacionales. Pero, si continúan por un camino que está fuera del derecho internacional, se encontraran con mayor presión y aislamiento. Eso es lo que exige nuestro compromiso con la paz y la seguridad.
Para llevar prosperidad a nuestros pueblos, debemos promover el crecimiento que crea oportunidades. En ese esfuerzo, no olvidemos que hicimos enormes progresos en las últimas décadas. Sociedades cerradas dieron paso a mercados abiertos. La innovación y el espíritu empresarial transformaron nuestra forma de vida y las cosas que hacemos. Las economías emergentes, desde Asia hasta las Américas, sacaron a cientos de millones de personas de la pobreza. Es un logro extraordinario. Y, sin embargo, hace tres años, estamos enfrentados a la peor crisis financiera en ocho décadas. Y esa crisis probó un hecho que resulta más claro cada año que pasa: nuestros destinos están interconectados. En una economía global, las naciones se elevarán (o caerán), juntas.
Y hoy nos enfrentamos a los desafíos que siguieron tras los talones de esa crisis. En todo el mundo, la recuperación es frágil. Los mercados continúan volátiles. Demasiada gente está sin trabajo. Muchos otros están luchando para salir adelante. Actuamos, en conjunto, para evitar la depresión en 2009. Debemos, una vez más, tomar medidas urgentes y coordinadas. Aquí, en Estados Unidos, anunciamos un plan para que los estadounidenses vuelvan a trabajar y se reactive nuestra economía, al mismo tiempo que me comprometí a reducir, con el tiempo, sustancialmente nuestro déficit.
Estamos con nuestros aliados europeos, mientras reforman sus instituciones y atienden sus propios desafíos fiscales. En otros países, los líderes se enfrentan a un reto diferente al cambiar su economía hacia una mayor autonomía, impulsando la demanda interna y desacelerando la inflación. Así que vamos a trabajar con las economías emergentes que se recuperaron fuertemente, de modo que la mejora del nivel de vida cree nuevos mercados que promuevan el crecimiento global. Eso es lo que exige nuestro compromiso con la prosperidad.
Para combatir la pobreza, que castiga a nuestros hijos, debemos actuar en la creencia que liberarse de la miseria es un derecho humano básico. Estados Unidos convirtió en central nuestro compromiso en el extranjero para ayudar a la gente a alimentarse. Y hoy, cuando la sequía y los conflictos llevaron a la hambruna al Cuerno de África, nuestra conciencia nos llama a actuar. Juntos, debemos seguir prestando asistencia y apoyo a las organizaciones que pueden llegar a esos necesitados. Y juntos, debemos insistir en el acceso humanitario, sin restricciones, para que podamos salvar las vidas de miles de hombres, mujeres y niños. Nuestra humanidad común está en juego. Demostremos que, la vida de un niño en Somalia, es tan valiosa como cualquier otra. Eso es lo que exige nuestro compromiso con otros seres humanos.
Para detener la enfermedad, que se propaga a través de las fronteras, debemos fortalecer nuestro sistema de salud pública. Continuaremos la lucha contra el VIH/SIDA, la tuberculosis y la malaria. Nos centraremos en la salud de las madres y los niños. Y debemos unirnos para prevenir, detectar y luchar contra todo tipo de peligro biológico; ya se trate de una pandemia como la gripe H1N1, una amenaza terrorista o una enfermedad tratable. Esta semana, Estados Unidos firmó un acuerdo con la Organización Mundial de la Salud para afirmar nuestro compromiso para enfrentar ese desafío. Y hoy insto a todas las naciones a unirnos en el cumplimiento del objetivo de la Organización Mundial de la Salud de asegurar que todas las naciones tengan, en 2012, funcionando la capacidad básica para hacer frente a emergencias de salud pública. Eso es lo que exige nuestro compromiso con la salud de nuestros pueblos.
Para preservar nuestro planeta, no debemos posponer la acción que exige el cambio climático. Debemos aprovechar el poder de la ciencia para ahorrar aquellos recursos que son escasos. Y juntos, debemos continuar desarrollando los progresos realizados en Copenhague y Cancún, de manera que todas las grandes economías sigan adelante con los compromisos que asumieron. Juntos, debemos trabajar para transformar la energía que potencia nuestras economías, y apoyar a otros a medida que avancen por ese camino. Eso es lo que exige nuestro compromiso con la próxima generación.
Y para asegurar que nuestras sociedades alcancen su potencial, debemos permitir que nuestros ciudadanos alcancen los suyos. Ningún país puede permitirse la corrupción que afecta, como un cáncer, a todo el mundo. Juntos, debemos aprovechar el poder de las sociedades y economías abiertas. Es por eso que nos asociamos con países de todo el mundo para poner en marcha una nueva asociación sobre gobierno abierto, que ayude a asegurar la responsabilidad y otorgue poder a los ciudadanos. Ningún país debería negarles a las personas sus derechos a la libertad de expresión y la libertad de religión, pero tampoco ningún país debería negar a las personas sus derechos porque no le gusta a quienes aman, que es por lo que debemos luchar, en todas partes, por los derechos de gays y lesbianas.
Y ningún país puede hacer realidad su potencial si la mitad de su población no puede alcanzar el suyo. Esta semana, Estados Unidos firmó una nueva Declaración sobre la Participación de la Mujer. El año que viene, cada uno de nosotros debería anunciar las medidas que tomamos para derribar las barreras económicas y políticas que se interponen en el camino de las mujeres y las niñas. Esto es lo que exige nuestro compromiso con el progreso humano. Sé que no hay una línea recta hacia ese progreso, que no hay un único camino para el éxito. Provenimos de diferentes culturas, y portamos diferentes historias. Pero nunca olvidemos que, aún cuando nos reunimos aquí como jefes de los diferentes gobiernos, representamos a los ciudadanos que comparten las mismas aspiraciones básicas: vivir con dignidad y libertad; conseguir una educación y lograr una oportunidad; amar a nuestras familias; y amar y adorar a nuestro D-os; vivir en la clase de paz que hace que valga la pena vivir.
Es la naturaleza de nuestro mundo imperfecto la que nos obliga a aprender estas lecciones, una y otra vez. Los conflictos y las represiones perdurarán hasta tanto algunas personas se nieguen a hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hagan. Sin embargo, es precisamente por eso que construimos instituciones como ésta; para unir nuestros destinos, para ayudarnos a reconocernos en el otro porque aquellos que vinieron antes que nosotros creyeron que, la paz, es preferible a la guerra, y la libertad es preferible a la represión, y la prosperidad es preferible a la pobreza. Ese es el mensaje que no proviene de capitales, sino de ciudadanos, de nuestros pueblos.
Y cuando se colocó la piedra angular de este mismo edificio, el Presidente Truman vino aquí, a Nueva York, y dijo: "Las Naciones Unidas es, esencialmente, una expresión de la naturaleza moral de las aspiraciones del hombre".
Cuando vivimos en un mundo que está cambiando a un ritmo impresionante, ésa es una lección que nunca debemos olvidar.
La paz es difícil, pero sabemos que es posible. Por tanto, estemos juntos resueltos para ver que, esa paz, está definida por nuestras esperanzas y no por nuestros miedos. Juntos, hagamos la paz pero, lo que es más importante, una paz duradera.
Muchas gracias

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

Referencias: Cidipal

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