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22 de febrero de 2015

Steve Jobs y la invención de las fuentes tipográficas



El 12 de junio de 2005, un hombre de cincuenta años de edad, se puso de pie frente a una multitud de estudiantes en la Universidad de Stanford y les habló de “sus días de campus” en una menor, el Reed College de Portland, Oregón. “A lo largo de todo el Campus”, recordó, “cada cartel, cada etiqueta, cada cajón, estaban escritos con una bella caligrafía a mano”.

Debido a que había desistido de graduarse y no tenía que asistir a clase, decidió hacer un curso de caligrafía para aprender como hacerlo. Aprendió cosas sobre el serif y sans serif, las variaciones de espacio entre las distintas combinaciones de letras y las gandes posibilidades que ofrecían. Lo encontró fascinante.

Primer ordenador Macintosh, 1984.
Un mundo nuevo de tipografías
En esos momentos, aquel estudiante, que más tarde abandonaría definitivamente la Universidad, creía que nada de lo que había aprendido encontraría una aplicación práctica en su vida. Pero las cosas cambiaron. Diez años después de aquella experiencia, aquel hombre, un tal Steve Jobs, diseñó la primera computadora Macintosh, un ordenador que traía de serie algo sin precedentes, una amplia variedad de fuentes.

Además de incluir tipos familiares, como Times New Roman y Helvetica, Jobs presentó nuevos diseños, todos ellos cuidadosamente estudiados. A dos de estas fuentes las denominó con el nombre de las ciudades que más amaba, Chicago y Toronto. Fue el comienzo de algo, un cambio radical en nuestra relación cotidiana con los tipos de letras.

La capacidad para poder cambiar los tipos de fuentes parecía tecnología de otro planeta. Antes del lanzamiento del primer Macintosh en 1984, los primitivos ordenadores ofrecían un tipo de letra sin brillo, e incluso la opción “cursiva” era lo más parecido a “un churro”.

IBM y Microsoft no tardaron en hacer todo lo posible para seguir el ejemplo de Apple, mientras que las impresoras domésticas (un concepto novedoso en aquel tiempo) comenzaron a ser comercializadas incluyendo una amplia variedad de fuentes. Hoy, la imaginación es el techo a la hora de plasmar en un documento la letra más adecuada a nuestro fin. Aquellos cajones pulcramente caligrafiados fueron el origen de la idea…


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Referencia: Felix Casanova

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