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17 de abril de 2013

Divagaciones a la hora del naufragio


La gente, en su inmensa mayoría, lo único que pretende de internet es pasarla bien; se contenta con leer y mandar mails, con mirar algún video en YouTube; con charlar un rato con alguien que también está interesado en esas otras cosas que conforman la vida ordinaria de todos los días.

Son muchos los que hoy se olvidan de eso que es tan pero tan pequeñito.

Los geeks de hoy ya no juegan como antes, ahora, sólo compran juguetes ... juguetes caros.

Es una pena porque en ese camino, todos hemos perdido un poco; ellos nos desprecian o nos miran con piedad y se nos acercan para dar consejos inaplicables; y nosotros porque ya no tenemos referencias en las cuales apoyarnos para aprender. Si consultamos por un problema de Windows, nos dicen que instalemos Linux; si preguntamos por qué tal cosa no nos funciona en Internet Explorer, se ríen y nos responden que cambiemos de navegador. Usan Twitter porque allí esta la "gente linda"; odian Facebook porque allí sólo hay "gente común"; usan Chrome porque es cool; si se les nombra MySpace, les da úlcera; Microsoft es basura monopólica pero las Mac son geniales; usan WordPress pero sus sitios parecen haberse creado con una máquina de hacer chorizos y no se les cae una idea original ni aunque se los de vuelta y se los sacuda. Critican y encima, nos hablan de técnicas para atraer visitantes en cinco rápidas lecciones.

Cuando yo era chiquito chiquito chiquito, los geeks no existían. Lo que había entonces eran cerebritos, tragalibros, gente parecida al Profesor Chiflado de Jerry Lewis. No eran los pulcros o los chupamedias de las maestras, eran todo lo contrario; eran los que sabían cosas casi sin proponérselo y lo cierto es que sus vidas no eran sencillas. Eran los que elegíamos para jugar porque no había más remedio, los que jamás eran invitados a una fiesta, los primeros en tener acné y los últimos en besar a una chica.



Que nadie crea que hablo de un complot pero, mientras crecían en medio de la humillación, no me cabe duda que iban tejiendo su venganza y esta no tardó en llegar porque un día, el mundo se transformó de la noche a la mañana y la tecnología nos invadió. Entonces ellos se rieron de nosotros que empezamos a tocar botones equivocados, a no saber nada de play y stop, a volvernos locos programando una videocasetera o a comprar una computadora personal que sólo podíamos utilizar para jugar al Tetris y terminaba arrumbada en el fondo de un placard o transformada en un florero exótico.

Ellos sabían lo que venía y nosotros no. Nosotros soñábamos con los Supersónicos pero a decir verdad, no éramos mucho más que Pedro Picapiedra.

Eran esos que podían abrir una radio con una moneda, transformarla en un televisor y les sobraban piezas. Hablo de los geeks en serio y no de los que van a hacer cola a la cuatro de la mañana para comprarse un I-Phone. Hablo de los que apenas podían soñar con tener un computador de última generación pero que se manejaban perfectamente con un cacharro atado con alambre porque la diversión estaba en el desafío de la escasez.

En algún momento y esto no fue hace mucho, las cosas cambiaron. Las palabras dejaron de tener el mismo significado y hoy definimos como geek a ese que escribe sobre navegadores que no usa nadie, sobre sistemas operativos que jamás oímos nombrar, alguien que nos cuenta lo que ve en una publicidad, alguien que cree que sabe porque tiene cosas.

Los geeks de antes estaban apartados de la gente porque la gente los rechazaba; los geeks de ahora están apartados de la gente porque la subestiman y es así que basta que un servicio se haga popular para que el antiguo dios se transforme en el nuevo demonio.

Hoy es este, mañana aquel. Modas pasajeras a la velocidad de la luz.

¿Habrá por ahí alguien que sepa hacia donde va el futuro? ¿Será que el futuro es el regreso a la web contemplativa? Esta era de hiper-comunicación ¿nos comunica?

Tal vez, hubo un tiempo en que la humanidad era feliz porque estábamos tan lejos los unos de los otros que, cuando nos encontrábamos, siempre había algo que contar y, sobre todo, ganas de escuchar.

Hoy, hay muchas voces y demasiado silencio.

Referencia:Vagabundia

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