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28 de septiembre de 2014

Fe, fanatismo y fantasía en Oriente Medio

Por Clifford D. May




“Dios creó la guerra”, especulaba Mark Twain, “para que los norteamericanos aprendieran geografía”. Hoy sigue siendo tan cierto como lo era hace dos siglos. ¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de localizar Yemen, Somalia o Malí en un mapa de no ser por los conflictos existentes en esos países?

Estos días la guerra plantea además una oportunidad para aprender un poco de historia y de teología. Pero para ello hay que separar los hechos de las fantasías.

En su discurso a la nación del pasado día 10, en horario de máxima audiencia, el presidente Obama reconoció que, en la época actual, “las mayores amenazas proceden de Oriente Medio y el Norte de África”. Y añadió :

Y uno de esos grupos es el Estado Islámico de Irak y el Levante  (…) que se denomina a sí mismo el Estado Islámico.
Hasta ahí, bien. Pero a continuación afirmó que el Estado Islámico “no es islámico”. ¿Por qué no? Porque, según dijo, “ninguna religión consiente el asesinato de inocentes, y la gran mayoría de las víctimas del EIIL han sido musulmanas”. Ninguna de ambas afirmaciones resiste un análisis.

Ciertamente, no hay nada nuevo en que unos musulmanes maten a otros musulmanes. La primera guerra civil islámica estalló en el 656, tan sólo 24 años después de la muerte de Mahoma, fundador del Estado islámico original. La batalla de Kerbala (680) marcó el inicio de un conflicto entre musulmanes suníes y chiíes que ningún proceso de paz ha logrado solucionar.

Sí, también ha habido conflictos internos entre los cristianos: la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue uno de ellos. Irlanda del Norte padeció otro en el siglo XX. Pero eso no hace sino reforzar mi posición: ¿alguien sugeriría que los cristianos que luchan contra otros cristianos no son cristianos?

En cuanto a la idea de que ninguna religión consiente el asesinato de inocentes, los aztecas, que gobernaron un gran imperio, creían tener una deuda con los dioses que sólo podía pagarse matando vírgenes y niños: eran colocados sobre losas, donde les arrancaban el corazón mientras aún latía, y lo alzaban hacia el sol.

Además, seguro que a estas altura ya sabemos que los yihadistas consideran que la expresión “infiel inocente” es una contradicción.

Eso nos lleva a la incómoda cuestión que el presidente Obama estaba evitando, no respondiendo: ¿cuál es la relación entre la religión islámica y entidades como el Estado Islámico, la República Islámica de Irán, Hezbolá (que significa “el Partido de Alá”) y Hamás (que quiere decir “Movimiento de Resistencia Islámico”)?

Una breve historia puede ayudar a comprenderlo: hace cinco años, durante una visita a Pakistán, me reuní con un grupo de líderes religiosos; todos ellos eran musulmanes, pero representaban diferentes interpretaciones del islam. Ninguno apoyaba a Osama ben Laden, pero tampoco ninguno lo denominaría apóstata o hereje. El motivo, si se reflexiona al respecto, resulta obvio: Ben Laden era un fundamentalista, lo que significa que insistía en una interpretación literal de la escritura, sin omisiones, revisiones ni innovaciones. En cambio, un hereje es alguien que sostiene opiniones que se desvían de la doctrina o de la ortodoxia. Y un apóstata es quien le ha dado la espalda a su religión.

Ben Laden, Abu Baker al Bagdadi (autoproclamado califa del Estado Islámico), Alí Jamenei (Líder Supremo de la República Islámica de Irán): todos ellos parecen ser hombres devotos que creen que están librando, por mandato divino, una guerra contra Occidente, especialmente contra Estados Unidos, líder de los países occidentales, y contra Israel, única nación de Oriente Medio no gobernada por musulmanes.

¿La mayoría de los más de mil millones de musulmanes existentes comparten esta visión del mundo o participan en este proyecto? No, pero con que sólo lo haga un 10% ya tenemos un grave problema, complicado por el hecho de que hay muy pocos musulmanes que quieran y puedan desafiar a los yihadistas.

Turquía, miembro la OTAN, ha prohibido el uso de la base aérea de Incirlik, construida por los norteamericanos, en la que están destacados varios efectivos de la Fuerza Aérea estadounidense, para llevar a cabo ataques contra el Estado Islámico. Ankara tampoco está ayudando a acabar con el lucrativo comercio de petróleo robado que lleva a cabo el EI. La Organización para la Cooperación Islámica (OCI), una especie de ONU musulmana con 56 miembros, de momento no ha ofrecido más que apoyo retórico a la lucha contra el Estado Islámico.

Al insistir en que el Estado Islámico no es islámico puede que Obama crea que está demostrando sensibilidad. En realidad está sacando del apuro a los dirigentes musulmanes, que deberían estar combatiendo a los extremistas en el seno de la umma (comunidad global islámica) con la fuerza de las armas, retirando la financiación a mezquitas y madrazas que promuevan el yihadismo y organizando campañas del tipo “No en nuestro nombre”. En cambio, lo que están diciendo es: “Como el Estado Islámico no tiene nada que ver con el islam, no es problema nuestro”.

El otro día formé parte de un pequeño grupo que se reunió con un destacado clérigo cristiano de Oriente Medio. Dijo que entre sus vecinos musulmanes los yihadistas no abundaban. Pero, sin embargo, son letales: están ansiosos por perseguir y masacrar a las comunidades cristianas de la región, de 2.000 años de antigüedad, así como a cualquier musulmán sospechoso de disidencia, desafío o desobediencia.

Nada de ello me sorprendió. ¿Qué lo hizo? Su aparente aceptación de lo inevitable de un gran “mundo islámico” en expansión, cuyos líderes nunca tratarán a los cristianos como iguales ante la ley… o de cualquier otra forma. Lo máximo a lo que pueden aspirar los cristianos y otras minorías es a servir a sus amos y a que quizá les permitan sobrevivir.

Los norteamericanos deberían estar tomando nota de todo esto. Una lección: pese a al sensible discurso de “la aldea global” y de una “comunidad internacional”, buena parte del mundo sigue siendo una jungla.

No reporta ningún beneficio negar que en el seno del mundo islámico han surgido movimientos supremacistas, revanchistas y belicosos. Tales “extremistas violentos” (la expresión más precisa sería “fanáticos religiosos”) representan, de hecho, “la mayor amenaza” para la civilización. Eso los convierte en enemigos, y necesitamos conocer a nuestros enemigos si es que vamos a desarrollar estrategias coherentes para “derrotarlos definitivamente”, lo que implica no sólo derrotar al Estado Islámico sino a la enfermedad de la que éste es sanguinario síntoma.

Foundation for Defense of Democracies

Referencia:El Medio

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