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28 de septiembre de 2014

Túneles del terror





Por Alan M. Dershowitz
El 13 de junio de 2014, el comandante de la División de Gaza de las Fuerzas de Defensa de Israel me llevó a un túnel de Hamás recientemente descubierto por un rastreador beduino que sirve en las FDI. El túnel era un búnker de cemento que se prolongaba varios kilómetros desde su entrada en la Franja de Gaza hasta su salida cerca del jardín de infancia de un kibutz israelí.

El túnel tenía un propósito: permitir que los escuadrones de la muerte de Hamás asesinaran y secuestraran a israelíes. El comandante me dijo que la inteligencia israelí había identificado otras dos docenas más de entradas a túneles en la Franja de Gaza. Las habían localizado gracias a los enormes montones de tierra excavada para construirlos. Pese a que la inteligencia israelí sabía dónde se hallaban estas entradas, no podían ordenar un ataque aéreo, pues se habían construido dentro de edificaciones civiles, como mezquitas, escuelas, hospitales y domicilios privados. Israel tampoco podía identificar sus rutas subterráneas desde Gaza a Israel, ni los puntos de salida previstos en territorio israelí. Científicos y expertos militares israelíes habían invertido millones de dólares en un intento de desarrollar tecnologías que pudieran descubrir las rutas subterráneas y las salidas de unos túneles excavados a centenares de metros bajo la superficie, pero no habían logrado encontrar una solución completa a ese problema. Las salidas de los túneles en Israel también eran un secreto de Hamás, profundamente oculto bajo la superficie, e imposible de ser descubierto por los israelíes hasta que los combatientes de Hamás salieran. Llegado ese momento sería demasiado tarde para evitar que los escuadrones de la muerte causaran daños.

Me llevaron al interior del túnel y vi las innovaciones tecnológicas: vías por las que pequeños trenes podían trasladar a israelíes secuestrados hasta Gaza; líneas eléctricas y telefónicas; escondrijos bajo escuelas y otros objetivos civiles en los que se podían guardar explosivos; túneles secundarios más pequeños que conducían desde el ramal principal a diversos puntos de salida por los que los combatientes podían salir simultáneamente a la superficie desde diferentes lugares.

En cuanto bajé al túnel me di cuenta de que Israel no tendría más remedio que llevar a cabo acciones militares para destruirlos. Israel tenía una respuesta tecnológica –aunque imperfecta– para los cohetes de Hamás; su sistema Cúpula de Hierro fue capaz de destruir aproximadamente el 85% de los cohetes lanzados por el movimiento islamista contra los centros de población israelíes. Además, podía atacar lanzaderas de cohetes desde el aire mediante sofisticadas bombas guiadas por GPS. Pero no tenía una respuesta a esos túneles del terror. Posteriormente, los medios informaron de que Hamás podría haber estado planeando una masacre para Rosh Hashaná [el Año Nuevo judío], en la que cientos de terroristas habrían surgido simultáneamente de decenas de túneles y asesinado a cientos, cuando no a miles, de civiles y soldados israelíes. Si esa información fuera cierta –y en Israel muchos creían que lo era– la masacre del Rosh Hashanah habría equivalido a cien 11-S en Estados Unidos. Aunque fuera una exageración, definitivamente los túneles le conferían a Hamás capacidad para sembrar el caos entre los ciudadanos israelíes. Hubo otras informaciones sobre planes de ataque a través de los túneles. Como dijo un vecino de Sderot: “Solíamos mirar al cielo con miedo, pero ahora miramos al suelo”.

Para mí, las únicas cuestiones eran cuándo atacaría Israel, cómo lo haría, si tendría éxito y qué consecuencias habría. ¿Acaso alguna nación puede tolerar semejante amenaza contra sus ciudadanos? ¿Hay algún país que, a lo largo de la historia, haya permitido que se excaven túneles bajo sus fronteras, los cuales permitirían que escuadrones de la muerte actuaran contra su pueblo?

Discutí estas cuestiones con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en una cena celebrada en su casa algunos días después de mi visita al túnel, y quedó claro que el Gobierno llevaba preocupado por la amenaza que esos túneles del terror suponían para la seguridad desde que dichos túneles se usaron para secuestrar al joven soldado Guilad Shalit y asesinar a dos de sus compatriotas.

Resulta irónico que fuera justo mientras estábamos en el túnel cuando nos enteramos de que habían secuestrado a tres estudiantes de instituto israelíes. Su secuestro –que Hamás reconoció ser obra de agentes suyos– y asesinato fue el inicio de lo que se convertiría en la operación Margen Protector, que concluyó con la destrucción de la mayor parte de los túneles. Este libro trata de esa operación y de por qué Israel estaba justificado legal, moral, diplomática y políticamente para responder a los peligros que suponían los túneles y los ataques de cohetes que precedieron y siguieron al descubrimiento de los mismos. También trata de por qué tantos miembros de los medios de comunicación, del mundo académico, de la comunidad internacional y del público en general parecen cerrar los ojos ante el peligro que plantea Hamás y culpan a Israel de acciones que ellos mismos exigirían a sus propios Gobiernos si se enfrentaran a amenazas comparables.

De hecho, Estados Unidos está liderando ahora una coalición de naciones en un intento de destruir al Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), empleando muchas de las mismas tácticas militares por las que algunas de esas naciones criticaron a Israel.

Creo que la reacción de “culpar a Israel” tiene graves consecuencias, no sólo para el propio Israel, sino para la población de Gaza y para el mundo democrático en general. Culpar a Israel sólo anima a Hamás a repetir su “estrategia del bebé muerto”, y a otros grupos terroristas a imitarla. Esta estrategia, que ha resultado efectiva, funciona así: Hamás ataca a Israel con cohetes o a través de los túneles, obligándole con ello a responder  –como haría cualquier democracia– para proteger a sus ciudadanos. Como el movimiento islamista palestino lanza sus cohetes y excava sus túneles desde zonas de alta densidad de población civil, y no desde las numerosas zonas despobladas de la Franja de Gaza, el resultado inevitable es que un número significativo de civiles palestinos resultan muertos. Hamás fomenta este resultado, porque sabe que los medios se centrarán más en las fotos de bebés muertos que en la causa de su muerte: es decir, en la decisión de los terroristas de usar a esos bebés y a otros civiles como escudos humanos. El movimiento islamista muestra rápidamente a los bebés muertos para que los vean en todo el mundo, al tiempo que evita que los medios muestren sus lanzaderas de cohetes y sus túneles situados en zonas densamente pobladas. El mundo se indigna ante los civiles muertos y culpa a Israel de sus muertes. Eso no hace sino animar a Hamás a repetir la estrategia del bebé muerto tras unos alto el fuego de breve duración, durante los que sus miembros se rearman y reagrupan.

En 2009 publiqué un breve libro titulado The Case for Moral Clarity: Israel, Hamas and Gaza (“En defensa de la claridad moral: Israel, Hamás y Gaza”). Desde entonces pocas cosas han cambiado, excepto que Hamás ha construido muchos más túneles, y que el alcance y sofisticación de sus cohetes han aumentado.

Escribo este libro para avisar al mundo de que, a menos que se exponga públicamente la estrategia del bebé muerto empleada por Hamás, y se ponga fin a la misma –por la comunidad internacional, los medios, el mundo académico y las buenas personas de cualquier religión, raza o nacionalidad– estará “próximamente en sus pantallas”. Hamás emplea reiteradamente esta despreciable e ilícita estrategia porque funciona; funciona porque, pese a las pérdidas materiales que ha sufrido en el transcurso de sus repetidos enfrentamientos militares con Israel, siempre gana la guerra de las relaciones públicas, la legal, la académica y la guerra por los ingenuos corazones, que no las sabias mentes, de los jóvenes. Y si, de hecho, está ganando todas esas guerras –si su estrategia del bebé muerto está funcionando–, ¿por qué no repetirla cada pocos años? Por eso los alto el fuego entre Israel y Hamás siempre implican que Israel hace “alto” y Hamás abre “fuego”; puede que no inmediatamente, mientras se reagrupa y rearma, pero sí inevitablemente. Y si al movimiento islamista palestino le funciona, ¿por qué otros grupos terroristas, como el Estado Islámico de Irak y Siria [conocido también como Estado Islámico de Irak y el Levante o simplemente Estado Islámico] o Boko Haram, no iban a adaptar esta estrategia a sus inicuos objetivos, como ya ha hecho Hezbolá?

La única forma de acabar con este ciclo de muertes es exponer la estrategia del bebé muerto como lo que es: un crimen de guerra por partida doble cuyas víctimas últimas son civiles: niños, mujeres y hombres.

Sólo tengo un arma para esta guerra: mis palabras. Durante la operación Margen Protector he tratado de plantear la defensa de la guerra justa de Israel frente a la estrategia del doble crimen de guerra de Hamás. He escrito más de dos docenas de artículos de opinión, he participado en varios debates y entrevistas televisadas, y he hablado ante numeroso público. Con este libro pretendo llegar a una audiencia mayor e influir en el tribunal más importante de cualquier democracia: el de la opinión pública.

El libro se divide en dos partes. La primera trata de los acontecimientos que han conducido a la reciente guerra de Gaza desde el final de la operación Plomo Fundido (diciembre de 2008-enero de 2009) hasta justo antes del inicio de la operación Margen Protector (julio-agosto de 2014). La segunda parte trata de esta última operación y de sus secuelas.

Mi objetivo es mostrar que las acciones militares de Israel en defensa de sus ciudadanos han sido justas, y que se han llevado a cabo de manera justa. No son menos justas que las acciones militares realizadas por Estados Unidos y sus aliados contra el EIIL, Al Qaeda y otros grupos terroristas. Y se han llevado a cabo al menos igual de justamente, con una proporción menor de bajas civiles frente a militares.

Pese a ello, Israel le han llovido injustas críticas desde demasiados sitios, lo que anima a Hamás a proseguir con su despreciable e ilícita estrategia del bebé muerto. En aras de la justicia y de la paz, el mundo debe dejar de emplear un doble rasero con el Estado-nación del pueblo judío.

NOTA: Este artículo es la introducción del nuevo e-book de Alan Dershowitz: Terror Tunnels: The Case for Israel´s Just War Against Hamas (“Túneles del terror: En defensa de la guerra justa de Israel contra Hamás”), publicado por el Gatestone Institute.

Referencia:El Medio

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