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30 de noviembre de 2014

De Spinoza y otros sionistas olvidados



Gustavo D. Perednik



Hay judíos reconocidos como grandes hombres de quienes se soslaya su vínculo con el sionismo, a fin de perpetuar la demonización de este movimiento. Perednik incluye en esta nota su respuesta a los comentarios publicados en el nº 14 de El Catoblepas por José Manuel Rodríguez Pardo, Ideología e irenismo

Una de las paradojas que presenta la judeofobia contemporánea es que, por un lado alimenta los estereotipos antijudíos que perviven arraigados en la mayoría de los europeos, y por el otro admite con timidez que algunos judíos sí pueden ser objeto de admiración.

La primera faceta, lejos de preocupar a sus intelectuales, es producida por una intelectualidad europea ideológicamente decrépita que no atina a reconocer a los enemigos y los encuentra siempre en New York y en Tel Aviv. Mitos como el del dominio judío internacional son ventilados impertérritamente por famosos. En España, la artista Marisa Paredes acaba de quejarse de que «por culpa del lobby judío» Polanski recibió el premio que ella en su divina ecuanimidad habría concedido a Scorcese.

En términos generales, los medios de prensa europeos presentan al judío, cuando no como vengativo y diabólico, como el archiconspirador, responsable también de las guerras que padece la humanidad, según ha escrito Xavier Batalla en un prestigioso periódico de la península.

Por otra parte, queda claro que grandes personajes judíos son admirados en Europa, como Woody Allen, Jacques Derrida o Erich Fromm, y los europeos están dispuestos a mencionar de refilón la pertenencia judía de esta gente, siempre y cuando no se la enfatice demasiado. Una simple mención al pasar deja implícitamente sobreentendido que el judaísmo no ocupa ningún lugar en sus biografías.

Con todo, hay un abismo en el que la judeofobia europea ha caído sin reservas y sin matices: la demonización del sionismo, un movimiento de liberación indispensable para salvar millones de vidas, que terminó absorbiendo en sí los prejuicios antijudíos de la vieja Europa y por ende se transformó en el único movimiento nacional absolutamente condenado. Del mismo modo que la mera palabra «judío» cargó por siglos en Europa un peso peyorativo fatal (para una buena parte de la población, aún lo sigue teniendo) luego le tocó el turno al sionismo de transformarse casi en un insulto.

En cuanto a judíos individuales, una manera de catar el desabrimiento con el que se los valora, es fijarnos cómo se los divorcia de su judaísmo y (aclararlo es innecesario) se oculta con esmero que en muchos casos fueron, perdón por la palabra, sionistas comprometidos.

La devota omisión se da por ejemplo en cuatro judíos que revolucionaron la cultura moderna, respectivamente en la filosofía, las letras, la psicología y las ciencias. Me refiero a Spinoza, Kafka, Freud y Einstein.



Respuesta spinoziana a Rodríguez Pardo

En su artículo en el número 14 de El Catoblepas, José Manuel Rodríguez Pardo emplea más de quinientas palabras para objetarme que jamás pude haber extraído de Baruj Spinoza el texto que cité en mi nota anterior. Si hubiera hecho el esfuerzo de leer la obra de Spinoza, se habría ahorrado una buena parte de su impugnación. Mi cita figura al final del capítulo tercero del Tratado Teológico-Político (titulado De la vocación de los hebreos y de si el don de profecía fue propio de ellos). En el párrafo 55 dice Spinoza: «Si el espíritu de la religión no debilitase a los judíos, creo que podrían muy bien, cuando se presentara ocasión favorable (tan mudables son las cosas humanas) reconstituir su país y ser entonces objeto de una segunda elección divina».

Recomiendo ese capítulo y también, entre otros, el libro de Steven B. Smith Spinoza, el liberalismo y la cuestión de la identidad judía, en el que se muestra cómo Spinoza no solamente influyó el iluminismo, el liberalismo y el sionismo, sino que fue el primero en transformar el dilema del status civil de los judíos en un componente esencial del pensamiento político moderno.

De otro exceso se habría librado Rodríguez Pardo si antes de arremeter, hubiera leído. No hacía falta que refutara una idea que erróneamente atribuye a mi «falsa conciencia» porque en rigor yo nunca la enuncié («la fundación del estado de Israel prueba que los judíos son el pueblo elegido».)

No he opinado nada acerca de la elección de los judíos, señor Pardo; me he remitido exclusivamente a citarlo a Spinoza. Así que, por favor, proceda usted a discutir con él.

Es más, mis artículos en El Catoblepas excluyen deliberadamente esos temas; no es esta página el foro apropiado para hablar de religión. Por lo tanto, del mismo modo en que he recogido el guante de Pardo y le enseñé la cita «perdida» de Spinoza, lo invito a que recoja el mío y me indique dónde expongo creencias religiosas.

Intuyo por qué Pardo me endilga lo que no digo. Ocurre con él lo mismo que con los judeófobos en general: discuten con un judío que está en su imaginación, y saltean al de carne y hueso que tienen delante de sus ojos. Les cuesta escucharlo porque sus oídos están taponados por siglos de prejuicios atávicos.

Por ejemplo, Pardo rebusca dónde he nacido o qué religión practico, en lugar de circunscribirse racionalmente a debatir mis argumentos. (En la edición anterior me tocó una experiencia similar y debí confrontarme con quien, en lugar de contestar mis palabras, no optó como Pardo por arremeter sobre mi país de origen, sino sobre mi labor profesional.) Me pregunto por qué al judío hay que investigarlo, en vez de debatirlo.

Gracias por la invitación

Y bien, retomemos el debate. Sin dar ningún ejemplo, Rodríguez Pardo sostiene que a las críticas, yo las llamo judeofóbicas. La verdad es que no he llamado así a ninguna crítica, y obviamente me consta que hay críticos que no son judeófobos. Pero no es su caso, señor Pardo.

Su subjetividad para con el tema comienza cuando osa negar la misma existencia de la judeofobia en general. Sinagogas son incendiadas en Europa, judíos son asesinados, pero para Pardo la hostilidad contra los judíos ni siquiera existe. No sorprende que desde esa perspectiva todo lo que se diga al respecto le resultará «obsesivo», sobre todo si el dolor lo pronuncia un judío, que por naturaleza padecen de «falsa conciencia».

Pero no hace falta ir más lejos teorizando, ya que con citarlo a Rodríguez Pardo bastará para entender sus motivaciones.

Tal como han hecho por siglos los inquisidores e intolerantes, Pardo tiene el tupé de sugerirme que me convierta al cristianismo. Así porque sí. Supongo que él es quien ha de dictar a la humanidad cuáles son las religiones «más racionales» y cuáles no pasan de ser «sectas».

Del argumento de Pardo se desprende que si yo creyera, entre otras racionalidades, en la concepción inmaculada de la virgen, en que Dios se hace carne, en el pecado original, en que el Papa es infalible, en que el infierno espera a los pecadores y a los infieles, en que el catolicismo es una religión de amor y la ostia es el cuerpo de Jesús, entonces y sólo entonces para Rodríguez Pardo habré de pertenecer a una respetable religión. Si por el contrario, creyera en la misma religión en la que creía Jesús el nazareno, que sostiene que Dios no se encarna ni se ve, pues en ese caso sólo podré aspirar a ser miembro de una secta. El lector sacará sus conclusiones de tamaña amplitud de criterio.

Para colmo, utiliza un argumento adicional que, resultaría cómico, si no fuera por el hecho de que se concatena en la larga cadena de la rigidez más recalcitrante. Como yo hablo español, pues debería practicar el cristianismo. Así de simple. Los veinte mil judíos de España ¡a convertirse! El medio millón de judíos de Latinoamérica ¡a convertirse! Así se satisfará la racionalidad de las expectativas de Rodríguez Pardo en cuanto al significado espiritual de hablar castellano.

Señor Pardo, lamento herir sus ilustrados esquemas, pero sólo los totalitarios se arrogan el derecho de trazar la correlación entre países de origen, idiomas, etnias y religiones. Si usted no es uno de ellos, le recomiendo humildemente que permita que cada persona crea a su arbitrio en lo que se le dé la gana, y usted ocúpese exclusivamente de su alma: déjenos a sus congéneres ocuparnos cada uno de la propia.

Me cuesta imaginar a Pardo pidiendo también a los musulmanes españoles que se conviertan al cristianismo. Aunque tiene varios miles a su alrededor para iniciar su obra catequizadora, muy típicamente, para el entomólogo Pardo parece haber una sola araña cuya tela interesa desentrañar (me he permitido aquí usar su metáfora).

Y la desentraña preguntándose cuál es «la mitología religiosa que justifica la vuelta de los judíos a su patria perdida». La respuesta, otra vez, no tiene nada que ver con la religión, y es muy sencilla: la historia judía. La mayoría de los israelíes, señor Pardo, no son religiosos, pero pertenecen al pueblo judío y se sienten muy cómodos con esa pertenencia, como se sentían por ejemplo Einstein y su citado Freud. Saben que históricamente esta tierra le perteneció al pueblo judío, y que nunca fue independiente sino bajo gobierno judío. No lo leen en tratados de teología, sino en libros de historia.

Sostener como usted que «la creación del estado de Israel no es, ni por asomo, la reparación de una injusticia histórica» es simplemente negar la historia judía. No la religión. Se trata de una historia milenaria que asumieron judíos que no fueron religiosos como los dos mentados, ambos fundadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén a principios del siglo XX, una de las grandes obras del sionismo. Ambos fueron sionistas deliberadamente olvidados como tales.

Cuando en septiembre de 1921 a Einstein se le ofreció el London Palladium para una serie de conferencias, rechazó la propuesta para poder acompañar al químico Jaim Weizmann a los EEUU en procura de apoyo para la obra redentora del sionismo. Einstein murió el 18 de abril de 1955 en el hospital de Princeton, y allí dejó en su escritorio el homenaje que preparaba para ser leído en el séptimo aniversario de la independencia de Israel. Confiesa allí Einstein: «Aspiro sencillamente a servir con mi poca capacidad a la verdad y a la justicia, y eso al riesgo de no agradar a nadie.»

Tanto como Freud, también Einstein propuso una teoría para explicar la judeofobia (esa que ha conseguido matar a millones de judíos durante más de dos mil años, un logro nada despreciable para un fenómeno inexistente).

Si lo que Pardo bien denomina «infamia milenaria» es meramente «supuesta», me pregunto por qué el Papa escribió lo siguiente frente al Muro Occidental, el 26 de marzo de 2000, durante su histórica visita a Israel: «Dios de nuestros padres, Tú elegiste a Abraham y sus descendientes para traer Tu nombre a las Naciones. Estamos profundamente entristecidos por la conducta de aquellos que a lo largo de la historia han ocasionado sufrimientos a estos hijos tuyos, y solicitando Tu perdón deseamos comprometernos a genuina fraternidad con el pueblo del Pacto.»

Le ruego que esta vez note que no soy yo el que habla de religión sino el Papa. Puede usted discutir con él.

Freud por su parte, le envió al padre del sionismo político, Teodoro Herzl, una copia de su obra, con una dedicatoria en la que le agradece «al poeta y luchador por los derechos humanos y de nuestro pueblo».

Ninguno de los cuatro mencionados (Einstein, Weizmann, Feud y Herzl) era religioso, señor Pardo, pero eran judíos comprometidos con el destino de su pueblo.

Algunos errores adicionales

Ya fueron dos las categóricas afirmaciones de Pardo: la judeofobia no existe, y el pueblo judío no tiene historia sino una «falsa conciencia». Para concluir, señalo tres o cuatro más.

Nunca afirmé como me atribuye Pardo que «la legitimidad que tiene Israel, es la que le dieron los imperios otomano y británico». Todo lo contrario. Ambos imperios se opusieron frontalmente al movimiento sionista. Contra ambos imperios los judíos se levantaron en armas para liberar su tierra del invasor. Ignoro, por lo tanto, de qué legitimidad me habla. Si su referencia es a la Declaración Balfour de 1917, me temo informarle que ésta nunca se cumplió y que Inglaterra se colocó abiertamente de parte de la agresión árabe y que la alentó durante las tres décadas que siguieron a la incumplida declaración. El mismo tipo de ayuda que durante estas décadas le ha proporcionado la Unión Europea al nacionalismo árabe-palestino.

Asimismo, la equiparación moral que hace Pardo de las creencias religiosas del pueblo judío por un lado, con, por el otro, el odio adoctrinado por la fuerza que lleva a terroristas a hacerse volar para matar niños judíos en una fiesta de cumpleaños, es atroz. Sólo una distorsión de valores morales puede llevar a semejante simetría.

Pardo aduce que ese terrorismo es rechazado por la tradición católica, «respetuosa del cuerpo de individuo». Me permito agregar con dolor: «del cuerpo del individuo, si no es judío». A los judíos la Iglesia vino permitiendo que se nos asesinara por siglos, preocupada por nuestras almas y raramente por nuestros cuerpos. Pero para Pardo la judeofobia no existe y la suya es la única religión racional.

Con tamaño fanatismo, no sorprende la pesimista conclusión de Pardo de que la solución del conflicto en Medio Oriente se dará sólo con «la postración de uno de los contendientes». Estamos condenados a que no haya paz hasta que no se elimine una de las partes. Eso es precisamente lo que vino alegando el mundo árabe monolítico y dictatorial. El pueblo judío no. Para nosotros la paz es el resultado de transigir, de no aceptar ninguna verdad como absoluta, de no aspirar a cumplir íntegramente nuestros objetivos. Israel siempre ha ofrecido la mano de paz a sus vecinos. No para postrar a nadie, sino para transformar el desierto en un vergel, juntos, árabes y judíos. La paz entre las partes no sólo es posible. Es inevitable y será beneficiosa para todos.

Referencia:Nodulo

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